La Semana Santa en México es mucho más que un periodo vacacional, es una temporada de profundo simbolismo religioso y cultural, donde conviven prácticas centenarias, expresiones comunitarias y nuevas formas de espiritualidad, explicó en entrevista Josué Rafael Tinoco Amador, profesor-investigador del Departamento de Sociología de la Unidad Iztapalapa de la Universidad Autónoma Metropolitana (UAM).
Desde su mirada como psicólogo social y estudioso de la religión, el doctor Tinoco Amador afirmó que esta celebración permite observar la manera en que la fe sigue presente en la vida cotidiana, aunque no siempre bajo las formas tradicionales. “La religión nos ha acompañado históricamente y nos seguirá acompañando, aunque cambien sus modos de manifestación”.
Una de las principales ideas que apuntó el académico es que, aunque vivimos en una sociedad aparentemente secularizada, la religiosidad no ha desaparecido, por el contrario, ha mutado, ya no se expresa únicamente en la asistencia a misas y procesiones, sino en una espiritualidad más íntima, subjetiva y contextual.
“Los jóvenes, por ejemplo, no están exentos de la religiosidad, lo que pasa es que no la viven como lo hacían sus padres o abuelos”, expresó. Muchos estudiantes universitarios no participan activamente en los rituales de la Semana Santa, pero eso no significa que hayan abandonado por completo la fe. La experimentan de manera esporádica y emocional, en momentos clave como antes de un examen, durante una enfermedad o frente a decisiones importantes.
Esta religiosidad “situacional”, como la llama Tinoco Amador, responde a las lógicas del presente: una época marcada por la inmediatez, la incertidumbre y una conexión más individualizada con lo trascendente. “La fe está ahí, sólo que ha dejado de ser cotidiana para volverse puntual, cuando el sujeto siente que la necesita”, precisó.
Sin embargo, la Semana Santa no sólo se vive en lo íntimo. En muchas regiones del país, este periodo sigue siendo una explosión de fervor colectivo, con procesiones, viacrucis vivientes, representaciones teatrales y rituales sincréticos que mantienen vivas las tradiciones heredadas desde la época virreinal y, en algunos casos, incluso desde las culturas prehispánicas.
El académico de la UAM destacó particularmente la representación de la Pasión de Cristo en Iztapalapa, una de las más emblemáticas del país, donde miles de personas participan cada año como actores, cargadores o espectadores. “Iztapalapa es un patrimonio no sólo religioso, sino también cultural y social. Allí se entretejen elementos de identidad, pertenencia y resistencia comunitaria”.