La juventud mexicana atraviesa uno de los escenarios más desafiantes de las últimas décadas. Millones de jóvenes enfrentan pobreza, exclusión y un rezago educativo que amenaza con frenar su desarrollo y limitar sus oportunidades de futuro.
Actualmente, de los 30.5 millones de jóvenes en el país, cerca de 14.4 millones forman parte del grupo conocido como “jóvenes oportunidad”: no estudian, tienen empleos precarios o viven en condiciones de pobreza. El porcentaje de quienes presentan rezago educativo ha aumentado de 19 % a 27 % en los últimos años, según datos recientes. Esta realidad refleja una brecha que se amplía entre quienes acceden a la educación superior y quienes quedan atrapados en la falta de oportunidades.
Pobreza y educación: un ciclo difícil de romper
El rezago educativo y la pobreza funcionan como fuerzas que se retroalimentan. Muchos jóvenes concluyen la educación básica sin desarrollar habilidades fundamentales, lo que limita su acceso a niveles educativos más altos. A su vez, la falta de empleos formales y bien remunerados perpetúa el círculo de desigualdad.
Los especialistas coinciden en que la educación, la capacitación laboral y las políticas sociales deben avanzar de manera coordinada. Solo así se podrá evitar que la escuela pierda su papel como motor de movilidad social. En México, más de 4.8 millones de jóvenes no estudian ni trabajan, y 3.7 millones de ellos son mujeres, lo que evidencia la dimensión de género en esta problemática.
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Abordar el rezago educativo implica ir más allá de la matrícula escolar. Supone fortalecer la enseñanza, ampliar el acceso a oportunidades laborales y reducir las brechas sociales que impiden que la juventud mexicana despliegue todo su potencial. Cada estudiante que logra mantenerse en el aula representa una esperanza concreta para el futuro del país.
