Una comunidad no se transforma únicamente con libros de texto. En Argentina, cada vez más escuelas están integrando la dimensión emocional en sus prácticas pedagógicas, reconociendo que formar a los estudiantes implica también acompañarlos en el desarrollo de su sensibilidad. Esta tendencia no responde a una moda pasajera, sino a la necesidad concreta de conectar con infancias que habitan contextos complejos, con vínculos frágiles y territorios vulnerables. La educación sentimental no solo enriquece la experiencia escolar: la hace verdaderamente humana.
La educación sentimental impulsa vínculos más sólidos
El aprendizaje no sucede en el vacío. Investigaciones recientes del Ministerio de Educación de la Nación, en conjunto con programas como el Plan Egresar y el Programa Acompañar, muestran que cuando las escuelas promueven espacios de escucha y empatía, mejoran la permanencia y el rendimiento de los estudiantes.
No se trata de enseñar emociones como materias, sino de crear entornos donde los afectos también tengan lugar. Esto es especialmente importante en el nivel secundario, donde muchos jóvenes lidian con el abandono escolar, la precariedad y la desconexión afectiva.
En experiencias educativas como las de la Escuela Secundaria N.° 10 de José C. Paz, los docentes impulsan talleres donde la palabra circula libremente, y la tristeza, la alegría o la frustración pueden expresarse sin juicio.
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