En España, un profesor de educación física reveló recientemente una recopilación de excusas de padres para evitar que sus hijos participen en las clases de gimnasia. Algunas frases como “ha ido a la peluquería” o “no debe mojarse el pelo en dos días” despertaron debate público y encendieron una conversación más amplia sobre la percepción de la actividad física en la escuela.
Estas justificaciones, aunque anecdóticas, reflejan un reto persistente: la falta de reconocimiento de la educación física como un pilar del desarrollo integral del alumnado. Más allá de fortalecer el cuerpo, estas clases promueven disciplina, resiliencia y hábitos saludables que influyen directamente en el rendimiento académico.
El valor real de la educación física
En la actualidad, expertos coinciden en que la educación física no es un complemento, sino un área fundamental para formar ciudadanos activos y conscientes de su salud. El sedentarismo infantil ha crecido en Europa, con España registrando en los últimos años un aumento sostenido de sobrepeso en niños y adolescentes, según datos del Ministerio de Sanidad. Esta tendencia exige mayor compromiso de las familias y de las instituciones educativas.
Asimismo, la Organización Mundial de la Salud subraya que al menos 60 minutos diarios de actividad física moderada a vigorosa son esenciales para el bienestar en edades escolares. Del mismo modo, la escuela juega un papel clave en garantizar ese mínimo, pero el apoyo de los padres resulta determinante.
El rol de la familia en el cambio
Por otro lado, la sensibilización de los padres puede transformar el panorama. Cuando las familias entienden que cada clase de educación física contribuye a la salud futura de sus hijos, las excusas pierden peso. Además, recientes estudios en universidades españolas señalan que los niños físicamente activos muestran mayores niveles de concentración y mejores resultados en matemáticas y lectura.
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