La educación sigue siendo la deuda pendiente más apremiante de la comunidad internacional. No basta con reconocerla como derecho humano, se requiere convertir cada compromiso en políticas tangibles que reduzcan desigualdades y garanticen un futuro más justo para millones de estudiantes en el mundo.
Los gobiernos han reiterado sus promesas en foros recientes, pero la realidad evidencia que aún existen más de 250 millones de niños y adolescentes fuera de la escuela, según datos de la UNESCO de septiembre de 2025. Del mismo modo, la ONU ha recordado que invertir en educación es condición indispensable para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible y evitar una generación marcada por la exclusión.
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En consecuencia, la cooperación internacional se orienta a reforzar la formación docente, incorporar tecnologías inclusivas y diseñar programas que respondan a los desafíos climáticos y digitales. Por otro lado, los organismos multilaterales insisten en que la continuidad de estas políticas no debe depender de ciclos electorales, sino consolidarse como estrategia de largo plazo.
Educación como inversión mundial
El Banco Mundial ha señalado que cada año adicional de escolaridad puede elevar los ingresos futuros en un promedio de 9 %. De igual manera, la OCDE advierte que mejorar la calidad educativa impacta directamente en la productividad global y en la cohesión social.
La educación representa la herramienta más poderosa para disminuir desigualdades y fortalecer sociedades resilientes. Con más de 1,500 millones de estudiantes en el sistema educativo global en 2025, el reto no es solo garantizar el acceso, sino asegurar que cada aula sea un espacio de inclusión y esperanza.