En una sala llena de juegos, actividades y libros que te adentran en el mundo del saber, Aerin López-Arce Piña, una niña de ocho años, camina sorprendida ante los diferentes colores, sonidos y formas que integran el Espacio Infantil de Universum, Museo de las Ciencias de la UNAM.
Este sitio vuelve el conocimiento significativo, hace visible lo invisible y pone al juego –y al asombro– como motivo principal en el aprendizaje de las ciencias, explica María Emilia Beyer, directora del recinto.
Con entusiasmo, Aerin se acerca a una superficie sobre la que reposa un tubo transparente con cientos de bolitas de unicel en su interior. A lado hay tres botones. Aerin toca uno por uno y, en cada caso, una frecuencia sonora provoca que las pequeñas esferas vibren y formen ondas. “¡Así puedo ver el sonido! Dependiendo de si es fuerte o débil, las líneas cambian”.
Paola González, curadora educativa del espacio, comenta que el juego es de suma importancia para la humanidad. “Es vital. Lo utilizamos durante gran parte de los primeros años de vida, es el motor de nuestros aprendizajes y de la construcción del mundo durante dicha etapa”.
Jugar se vuelve aún más necesario tras el aislamiento por la COVID-19 que, por meses, impidió a las niñeces asistir a la escuela, recrearse en lugares públicos e interactuar con gente de su edad. “Queríamos que volvieran a hacerlo en colectivo al salir del confinamiento”, agrega Beyer.