Una de las definiciones populares de «biblioteca» señala que es «un lugar de conocimiento». Algunas definiciones académicas se aproximan, de una forma o de otra, a esa opinión, indicando que se trata de centros «de cultura» o espacios «de saber».
Me apresuraré a señalar que la de arriba no es una de mis afirmaciones favoritas sobre esos rincones que hemos dado en llamar «bibliotecas». Pero, for the sake of argument, voy a asumirla como correcta.
La afirmación me lleva a hacerme una pregunta: ¿un lugar de qué conocimiento?
En líneas muy generales —y reconozco que generalizar es un error, pero entrar en particularidades extendería este texto hasta límites insospechados— la biblioteca en América Latina ha sido y, en muchas ocasiones, sigue siendo considerada como un espacio de «alta cultura», de «auténtico» conocimiento. Uno de esos lugares en donde se atesora una suerte de «verdad» y de «pureza» epistémica que pueden servir de referencia y faro sobre lo que es real y lo que no, lo que es cierto y lo que no, lo que es correcto y lo que no, lo que está comprobado y lo que no.
En muchos países de nuestro continente, la biblioteca fue implantada como «herramienta de civilización» para combatir esa «barbarie» simbolizada por el campesino, el «indio», el «negro», el pobre, el obrero… No se trató solamente de un instrumento de educación: lo fue, también y sobre todo, de aculturación. Su función, en aquellos tiempos (¿tan lejanos, tan ajenos?) fue la de educar / civilizar a un populacho inculto, que no distinguía superstición o costumbre de «verdad», que no sabía nada de Arte (así, con mayúscula) o de Literatura, mucho menos de ciencia o de tecnología.
«El» conocimiento sigue siendo el escrito, el oficial, el académico… «La» literatura sigue siendo la publicada por las grandes editoriales, o la merecedora de premios… «Los» saberes son los que se transmiten en la lengua oficial (las lenguas minoritarias son curiosidades incluidas en las colecciones, en general, como un exotismo), «las» memorias son las que no contradicen demasiado los discursos hegemónicos, «los» soportes son los de siempre (¿papel encuadernado?), y «la» innovación, la más interesante y rompedora, suele ser la que viene del Norte global.
(Continuación aquí).